lunes, 14 de marzo de 2011

By: Mey Barreto.

Dicen que cada herida es una lección, y cada lección nos hace crecer. Dicen que cada cicatriz es única, y que no puede haber más que una por cada parte de nuestro cuerpo. También en el corazón, pues tenemos reservado espacio para una cicatriz por cada sentimiento. Una cicatriz para el amor, igual que una para la amistad, la esperanza, la fe, la confianza… Y sí, cada herida duele, pero solo una vez. Después únicamente escuece. Por eso cada cicatriz es un recuerdo, un recuerdo que quizá nos entristezca día a día; pero en la práctica cada cicatriz es el símbolo de algo que hemos aprendido. El símbolo de que hemos crecido tras su dolor. Desde el más pequeño de los rasguños, hasta aquél que creíamos sería un “mortífero” desamor. Pero, eh, aquí seguimos, con más o con menos cicatrices. Y ojalá que con más. Porque una cicatriz es incluso necesaria. Es hasta deseable, diría. Deseables son las cicatrices, como lo es aprender. Nunca se puede aprender sin equivocarse, y nunca puede uno equivocarse y salir ileso. Así que no nos engañemos. Lo que quizá hoy duele, mañana sólo escocerá, pero también nos protegerá.

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